Continúa siendo “un espectáculo exótico e irracional” como lo califico el docto Samuel Jonson en el siglo XVIII?
La opera es “exótica e irracional” y por eso resulta atrapante y adictiva. ¿Por qué? En el ensayo de Marie France Castaràde, El espíritu de la ópera: la exaltación de las pasiones humanas, (Paidós, 2005), la autora busca una respuesta a tan enmarañada pregunta: “Lo propio de la ópera es ofrecer al inconsciente de cada oyente un espejo de sus fantasmas originales: fantasmas del nacimiento y de la muerte, de la escena primitiva, de la diferencia de sexos, de la seducción, de la castración. Todos estos enigmas han exigido, en el imaginario del compositor, respuestas que éste nos entrega a través de una historia ofrendada a nuestra fantasmagoría personal. De esta suerte, el oyente espectador es invitado a una regresión onírica (…), el arte lírico constituye el reencuentro posible con el amor perdido”.
Esa definición es veraz. En el ámbito uterino del teatro, entre las penumbras de los terciopelos, se representan nuestras pasiones, los secretos más íntimos, las aspiraciones más ocultas, los gozos más salvajes, “el reencuentro con el amor perdido”.
Por supuesto que la ópera tiene códigos como el western o el cine negro de la década del 40. Todos sabemos que Alan Ladd no debe despeinarse o que Daniel Craig, después de pasar mil desventuras, finalmente se quedará con la chica más linda de la película. No nos molesta, son los códigos. La ópera detiene la acción y nos obliga a escuchar un aria de varios minutos, donde los pensamientos más profundos del protagonista, sin importar el idioma en que cante, nos llegan sublimizados por la música y comulgando íntimamente con los nuestros.
En La Bohème, de Puccini, durante el primer acto Mimi y Rodolfo se conocen en una fría noche de invierno, el compositor le regala un aria al tenor que canta sobre algo simple, burgués. “¡Qué manita tan helada! Déjeme que se la caliente”. La belleza del canto del tenor se rinde ante el vuelo lírico del aria que Puccini le concede a la soprano: “Me gustan las cosas / que tienen ese dulce encanto, / que hablan de amor, / de primaveras; / que hablan de sueños, / y de quimeras”. Nada mas que un verso simple, pero la música dice mucho más, agrega la dimensión trascendente.
Cuando en Tristán e Isolda Wagner ofrece a la protagonista el Liebestod, ella dice: “Eternamente unidos, sin final, sin despertar, sin miedos, abrazados en el amor …”. La ópera une Eros y Tánatos. La muerte como consumación suprema del amor. Entre las artes solo la ópera logra esa emoción, que desgarra en el oyente las pasiones primarias y lo enfrenta cara a cara con sus miedos.
Los divos y las divas
Pero así como hace falta un compositor también hace falta un traductor, en la ópera es el intérprete, quien se ofrece como demiurgo entre el mundo de los sonidos y la palabra. Para esa raza especial de la variedad humana se acuñó el término “divas” y “divos”.
A estos seres de ego desmedido se les permiten todos los caprichos, desde las opíparas cenas en los camarines, como exigía Pavarotti por contrato, o usar en las funciones vestidos cuajados de piedras preciosas por valor de 2.500.000 dólares, como demandó Adelina Patti para su traje de La Traviata en el viejo teatro Metropolitan de Nueva York, hasta dejar de plantón a todo el ejecutivo italiano como hizo Maria Callas, en Roma un 2 de enero de 1958, huyendo del teatro en medio de la función.
Ellos son los dueños del instrumento esencial para la ópera: la voz. Hay algo misterioso en como nace “esa” voz. Es más que la columna de aire que expulsan los pulmones y hace vibrar las cuerdas vocales, eso lo hacemos todos. En ellos es un carisma, único e irrepetible. Cada voz es singular, un don. La “voz del ángel”, como se decía de los castrados.
Reinando en el panteón operístico, Maria Callas, la suprema sacerdotisa, la artista que entendió la esencia de la ópera en su total dimensión. El “Vissi d’ Arte” de Tosca, de Puccini, cantado por La Callas, es una suplica desgarradora. Esa entrega vital de Callas se trasluce en cada nota de su canto, canto que no siempre resulta hermoso, porque la vida no es siempre hermosa. Esta es la mujer que hizo parar al Covent Garden inglés.
Así como Callas consagra el dolor, el tenor peruano Juan Diego Flórez es la vertiente profana de la ópera. Flórez se entrega a la ópera como canción de amor, de vida y alegría. Cuando canta en el Teatro Real de Madrid, el “Cessa di più resistere” del Barbero de Sevilla, de Rossini, predica el credo: “torna en placer tu aflicción”. Lo de Flórez es el hedonismo narcisista total, goza de las endiabladas fiorituras y adornos que logra. Mientras el teatro aplaude a rabiar, asume la humilde posición del orante inclinando la cabeza. La voz de Flórez ofreció al “inconsciente de cada oyente un espejo de sus fantasmas originales”.
Cecilia Bartoli es otra de las grandes intérpretes actuales. Su vocalidad es carnal, desbordada, mediterránea, ideal para revivir las paginas de tremendas emociones del barroco y del temprano romanticismo. Cuando ella canta el aria “Gelosia” de la ópera de Vivaldi Ottone in Villa entendemos en un ejemplo práctico lo que decimos.
El verso es sencillo: “Celos hacéis de mi alma el peor de los infiernos”. La repetición de esta línea obliga a cantar escalas ascendentes y descendentes con las cuales pinta el alma celosa en tortura infernal. La Bartoli balancea su cuerpo, mueve los ojos hasta el paroxismo, expresando las desmedidas angustias de las pasiones.
Pero con el verso “antes de llevar a cabo mi venganza no acabéis conmigo cruel, áspero dolor mío”, la música induce una transformación, su cuerpo se doblega, los hombros caen, el semblante cambia, la voz se torna suave, dejando ver que es la protagonista de una guerra de pasiones entre el amor y los celos. No es mala, sufre, como cada uno de nosotros. Lleva la frase a un filato pianissimo, mientras canta remata todo con un trino que termina en silencio, antes de volver a transformarse en una furia del hades hace un “da capo” glorioso. ¿Alguien se dio cuenta que Bartoli no es un modelo de Versace?. ¿A quien le importa?
Lejos de morir la ópera goza de buena salud. Televisión, radio, cine, internet, temporadas en teatros que antes no se dedicaban al género. Desde Buenos Aires a Rosario, de Córdoba a Paraná, en nuestro país aparecen cada vez mas amantes de este “genero exótico e irracional”. Cuando le damos la oportunidad, la ópera lanza su canto de sirena, de exaltación de las pasiones y caemos rendidos a sus pies. Sólo debemos tener la valentía para enfrentar a nuestros fantasmas desde el ámbito uterino del teatro
Fuente: TodOpera