La gran soprano Anna Netrebko ha sumado, aunque con nueva pareja escénica, un triunfo más en la Royal Opera House londinense a todos sus anteriores como Manon, la heroína de la ópera homónima de Jules Massenet (1842-1912). El papel de la joven ingenua convertida de la noche a la mañana en “demimondaine” en el corrupto ambiente parisino para acabar arrepentida y morir en brazos del enamorado a quien despreció en un primer momento, parece hecho a su medida.
Esta vez, Netrebko, que debuta en Covent Garden en ese rol que ha interpretado ya en otros teatros, tiene a su lado, como Chevalier des Grieux, a Vittorio Grigolo, joven y carismático tenor italiano dotado de una voz potente aunque también de una excesiva gestualidad, y la química parece funcionar perfectamente entre ambos.
La soprano rusa domina en cualquier caso la producción al sumar a una voz radiante y capaz de todo tipo de modulaciones una presencia magnética que la convierte, cualquiera que sea su papel, en un auténtico animal escénico.
Netrebko se entrega en cuerpo y alma al personaje, lo mismo a Manon que a todos los otros a los que da vida, y esto es algo que, al margen de su voz y de su indudable carisma, valora siempre el espectador.
En la ópera de Massenet, la transición desde el coqueteo inocente de la primera escena, cuando Manon va camino del convento al que la ha destinado su familia, hasta su trágica muerte tras una etapa de vida alocada en la capital y otra de introspección, se hace perfectamente creíble gracias a su talento interpretativo.
Esta nueva producción de Covent Garden, dirigida por el francés Laurent Pelly, que triunfó ya aquí antes con una inolvidable puesta en escena de “La fille du régiment”, está a mitad de camino entre el minimalismo en los decorados y la tradición en lo que respecta al vestuario.
Los decorados, desde el del patio de la posada de Amiens, donde comienza la acción, hasta la romántica escena final, una especie de carretera con una hilera de farolas encendidas que se pierde en el infinito bajo un cielo de tormenta, pasando por la alegre y despreocupada verbena parisina o la tan austera como dramática escena en el interior de la iglesia de Saint-Sulpice, unen simplicidad, funcionalidad y belleza.
¿Y qué decir de la dirección musical del maestro Antonio Pappano, vibrante y enérgica, atenta a los contrastes dinámicos, a la fluidez estructural y al rico cromatismo de la música, siempre tan atmosférica, de Massenet?
Fuente: © EFE 2010