En otoño de 1893, Puccini se encontró con su viejo amigo Leoncavallo. Entusiasmado le contó que estaba trabajando en una nueva ópera: una musicalización de la Bohéme de Murger. Leoncavallo pegó un salto y se puso a despotricar, no sólo porque estaba trabajando en el mismo tema, sino porque él mismo había llamado la atención de Puccini sobre aquel libro, pero Puccini no había mostrado interés por él.
La bohème (en español: La bohemia) es una ópera en cuatro actos con música de Giacomo Puccini y libreto en italiano de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, quienes simplificaron y aunaron los diferentes episodios de la novela por entregas Escenas de la vida bohemia de Henry Murger, publicada en el periódico El Corsario a lo largo de cinco años (1845-49). Refleja las vivencias de Puccini durante los años de estudiante en el conservatorio de Milán, donde compartió habitación con Pietro Mascagni.
El estreno de La bohème tuvo lugar el 1º de febrero de 1896, un joven Arturo Toscanini dirigio en el Teatro Regio de Turín el estreno de “La Boheme” de Giaccomo Puccini y la obra tuvo una acogida fría, tanto por parte del público como de la crítica. La Boheme tiene una partitura magistral para uno de los mejores libretos del campo de la ópera.
Actualmente, La bohème es una de las óperas más destacadas del repertorio operístico estándar y aparece como la cuarta más representada en todo el mundo para el período 2005-2010. En 1946, cincuenta años después del estreno de la ópera, Toscanini dirigió una representación con la Orquesta Sinfónica de la NBC. Esta representación fue con el tiempo publicada en disco y en CD. Es la única grabación de una ópera de Puccini por su director original
Historia: Puccini no dejó una autobiografía escrita. Pero hacia el final de su existencia contó muchas cosas sobre su vida a un joven amigo y admirador. En las descripciones de éste (Arnaldo Fraccaroli, Giacomo Puccini si confida e racconta, G. Ricordi, Milán, 1957) leemos el siguiente recuerdo de 1893: «Una tarde lluviosa en que no tenía nada que hacer, cogí un libro que no conocía: la novela de Henri Murger me golpeó como un rayo…». En seguida tomó la decisión de componer una ópera a partir del libro. En otoño del mismo año, 1893, Puccini se encontró en Milán con su viejo amigo Leoncavallo, el compositor de Pagliacci. Entusiasmado, contó al compañero de los años difíciles de juventud que estaba trabajando en una nueva ópera: una musicalización de la Bohéme de Murger. Leoncavallo pegó un salto y se puso a despotricar, no sólo porque estaba trabajando en el mismo tema, sino porque él mismo había llamado la atención de Puccini sobre aquel libro, pero Puccini no había mostrado interés por él. Puccini había olvidado el asunto, pues los comentarios de Leoncavallo no le habían causado ninguna impresión. En un instante, los amigos se convirtieron en enemigos. Comenzó la carrera por una ópera sobre la «bohemia». La ganó Puccini; su obra se estrenó en Turín el primero de febrero de 1896 y se difundió con mucha rapidez, a pesar de la fría acogida que tuvo. La ópera de Leoncavallo, que ostentaba el mismo título, se estrenó en Venecia, el 6 de mayo de 1897. Muy pronto cayó en el olvido. En la representación de la obra de Puccini dirigió la orquesta un joven que lo hizo de manera brillante. Fue leal al compositor hasta después de la muerte y 30 años después de La bohéme dirigió también el sensacional estreno de Turandot: era Arturo Toscanini.
Según su portada, el libreto de La bohème se basa en la novela Scènes de la vie de bohème de Henri Murger, una colección de viñetas que retrata a jóvenes bohemios que viven en el Barrio Latino de París en la década de 1840. Aunque normalmente se la llama novela, no tiene una trama unificada. Como la obra teatral de 1849 de Murger y Théodore Barrière, el libreto de la ópera se centra en la relación entre Rodolfo y Mimí, acabando con su muerte. También como en la obra, el libreto funde dos personajes de la novela, Mimí y Francine, en un solo personaje, Mimí.
Gran parte del libreto es original. Las principales tramas de los actos II y III son invención de los libretistas, con solo unas pocas referencias de paso a incidentes y personajes de Murger. La mayor parte de los actos I y IV siguen la novela, juntando episodios de varios capítulos. Las escenas finales de los actos I y IV —las escenas entre Rodolfo y Mimí— aparecen tanto en la obra teatral como en la novela. La historia de su encuentro sigue fielmente el capítulo 18 de la novela, en la que los dos amantes que viven en una buhardilla no son Rodolfo y Mimí en absoluto, sino más bien Jacques y Francine. La historia de la muerte de Mimí en la ópera surge de dos capítulos diferentes de la novela, uno referido a la muerte de Francine y el otro a la de Mimí.
El libreto publicado incluye una nota de los libretistas discutiendo brevemente su adaptación. Sin mencionar la obra teatral directamente, defendieron la fusión de Francine y Mimí en un sólo personaje: “Chi puo non confondere nel delicato profilo di una sola donna quelli di Mimì e di Francine?” (“¿Quién puede no detectar en el delicado perfil de una mujer la personalidad tanto de Mimì como la de Francine?”). En aquella época, habiendo muerto Murger sin herederos, la novela era del dominio público, pero los derechos de la obra teatral aún eran controlados por los herederos de Barrière.
Libreto: En un prólogo, los libretistas Giacosa e Illica atribuyen modestamente a Murger, a quien siguieron, los méritos del libreto. No se refieren con ello a la novela, sino a la versión teatral, que apareció en 1849. Pero en realidad cambiaron algunas cosas esenciales. El decisivo personaje de Mimi no aparece en Murger: sus características se reparten en el original entre distintas figuras femeninas. Inútilmente buscaríamos también un Rodolfo en Murger: allí se llama Jacques. El primer encuentro entre Rodolfo y Mimi (que en la obra de Murger se llama Francine) se produce de una manera diferente: no es el hombre el que encuentra las llaves y las oculta, sino la joven… De todos modos, La bohéme es uno de los mejores libretos del campo de la ópera.
Los dos libretistas se complementan de manera casi ideal. Giuseppe Giacosa (1847-1906) fue un poeta de bello lenguaje e imágenes poéticas, mientras que Luigi Illica (1859-1919) tenía talento sobre todo en la parte dramática, en la configuración escénica. Por lo demás, parece que la redacción del libreto fue bastante problemática, por lo que Giulio Ricordi, el editor y amigo de Puccini, tuvo que intervenir como conciliador.
Música: Puccini encontró en este libreto el argumento ideal para sus inclinaciones y su capacidad. Cada detalle está descrito de manera magistral, la calidez de las melodías se enciende en un texto que simpatiza con los sentimientos humanos. Puccini supera el verismo con la melodía íntima; moderniza el romanticismo y llega al estilo que desde entonces será su característica inconfundible. Tenemos delante una partitura magistral en que gran cantidad de detalles maravillosamente logrados se une para configurar una totalidad magnífica. Como ocurre en las obras maestras, no hay un solo compás flojo: hay en cambio una serie de puntos culminantes que se han vuelto mundialmente famosos y muy populares. A ellos pertenecen las dos primeras arias de Rodolfo y Mimi («Che gélida manina» y «Mi chiamano Mimi»), el dúo que entonan ambos al final del primer cuadro, el vals de Musette, el cuarteto del cuadro tercero, que no tiene comparación por su atmósfera invernal y melancólica, y, después del dúo de Rodolfo y Marcel, la escena de la muerte de Mimi.
Personajes: Rodolfo, un poeta (tenor); Marcel, un pintor (barítono); Schaunard, un compositor (barítono); Collin, un filósofo (bajo); Mimi (soprano); Musette (soprano); Benoit o Bernard, el casero (bajo); Parpignol, vendedor de juguetes (tenor); Alcindor (bajo); aduaneros, soldados, niños, pueblo.
Lugar y época: París, 1830.
Argumento: El telón se levanta sin preludio orquestal. Ésta era una práctica introducida por el verismo que aparece no solamente en las obras italianas de la época sino también en Salomé y Elektra de Richard Strauss; Puccini había compuesto ya Manon Lescaut sin obertura y mantuvo esta práctica, menos en el caso de Madame Butterfly.
Una especie de Leitmotiv de la vida bohemia nos presenta la buhardilla del Barrio Latino donde trabajan y viven Rodolfo el poeta y Marcel el pintor, y cuyos más frecuentes visitantes son el compositor Schaunard y el filósofo Collin. Rodolfo está sentado ante un manuscrito, Marcel pinta, pero hace demasiado frío para estarse tranquilamente sentados. Rodolfo ha de sacrificar un manuscrito para avivar un poco el fuego de la estufa. La pobreza se ve en todas partes, pero no impide el buen humor de los moradores de la buhardilla. Collin vuelve con las manos vacías de la casa de empeños. Pero de pronto se abre la puerta y como por un milagro aparece Schaunard con comida, vino, tabaco y leña. Un lord loco le ha pagado una suma considerable por alguna razón ridícula. Los amigos pueden celebrar la Nochebuena, cuyas primeras luces acaban de encenderse en la ciudad.
Pero se presenta un gran peligro; llega el viejo casero para cobrar los alquileres no pagados. Los amigos lo invitan a un vaso, y el vino desata la lengua de Benoit, de manera que cuenta dos antiguas aventuras de amor eternamente añoradas. Los jóvenes se «indignan» (¡un hombre casado que seduce a jóvenes!) y lo echan con dignidad fingida… sin pagar el alquiler, como es lógico.
Entonces deciden pasar la noche en el Café Momus. Sólo Rodolfo se queda un poco todavía para terminar su artículo. Sin embargo, la inspiración no le obedece. Unos tímidos golpes en la puerta lo interrumpen: aparece una vecina cuya vela ha apagado el viento en la escalera. Rodolfo advierte su debilidad, la conduce a una mesa y le ofrece vino. A la joven se le cierran los ojos de agotamiento. El poeta la contempla largamente. ¡Tiene un rostro encantador a pesar de su palidez! Poco a poco, la joven vuelve en sí, enciende la vela y abandona la buhardilla. Pero regresa en seguida: ha olvidado o perdido la llave. El viento vuelve a apagarle la vela. Entonces Rodolfo apaga también su lámpara. Sólo las lejanas luces de la ciudad iluminan la buhardilla; en ese momento, Puccini da forma musical a una magnífica escena de amor. Rodolfo y la joven buscan la llave tanteando en el suelo; el poeta la encuentra, pero se la guarda. Sus manos se tocan: ¡qué frías están las de ella!
Y como si el contacto de sus manos abriera en estos seres cámaras secretas del corazón, comienzan a contarse su vida. Rodolfo primero: habla de sus sueños, de sus fantasías. Las melodías se extienden con amplitud, toda la felicidad anhelada por el oscuro poeta está en ellas. Luego responde la joven: se llama Lucia, pero le dicen Mimi.
¡Con qué delicadeza describe Puccini cada detalle del relato de Mimi! Es costurera, hace flores con telas y sedas, allí, en su buhardilla. Su voz la hace parecer tímida, como si las primeras palabras surgieran con vacilación de su alma. Sin embargo, su relato se transforma en melodía, florece lleno de calor interior con la aparición de los primeros rayos de la primavera, vuelve a caer en la fría realidad y termina con unas palabras casi habladas: no tiene nada más que contar sobre sí, que el vecino perdone la molestia. Sin embargo, Rodolfo y Mimi ya no pueden separarse. Son dos solitarios y en ese momento se abrazan, temblorosos e infinitamente felices. Una melodía de amor une sus voces sobre el lejano contrapunto de los amigos y la Navidad en París. Abandonan la buhardilla cogidos del brazo para celebrar juntos la noche.
El segundo cuadro describe la actividad festiva que hay ante el Café Momus del Barrio Latino. Han puesto mesas en la acera, los vendedores ambulantes pregonan sus mercancías, niños y soldados dan vida al abigarrado conjunto. Los amigos y muchos otros bohemios celebran la noche con alegría y despreocupación. Rodolfo ha comprado a Mimi un ramillete de rosas; en la mesa de Marcel, Collin y Schaunard reciben cordialmente a la pareja de enamorados. Pero cuando llegan al brindis, Marcel descubre en una mesa vecina a su ex amada, Musette, que se ha sentado allí con un viejo y ridículo admirador. Musette es tan coqueta como antes, pero está igual de encantadora; su melodía de vals, que se ha hecho famosa, la caracteriza magistralmente.
También Musette ha visto a Marcel y el antiguo amor vuelve a encenderse en ambos. Musette se libera astutamente de su acompañante y se arroja en los brazos abiertos del pintor, que entona un himno de triunfo con la melodía de vals de Musette. Alegremente abandonan todos el local, se mezclan con la excitada multitud que celebra la Navidad a la manera de París. El viejo admirador regresa a la mesa que ha quedado vacía y tiene que pagar las bebidas de todos.
Así como el segundo acto contrasta de un modo muy efectivo con el primero, el tercero contrasta a su vez con el segundo. En el límite de la ciudad, la «barriere d’enfer» (que realmente produce el efecto de ser la entrada del inconsolable mundo subterráneo), la neblinosa noche de invierno se transforma en un amanecer gris, opresivo y que apenas se advierte. Los aduaneros adormilados revisan los cestos de algunas mujeres que van al mercado. Todo respira frío, opresión, angustia. La nieve cae constantemente y Puccini describe el espectáculo con un par de quintas vacías en las que hay más atmósfera que en muchas grandes piezas orquestales.
En el fondo hay una taberna, pero incluso su pálida luz tiene algo de irreal y melancólico. Aparece Mimi, agitada y angustiada. Pregunta por la posada en que Marcel pinta unos murales. Tal vez se haya refugiado allí Rodolfo al abandonarla. El pintor aparece en la puerta; la reconoce y se asusta. Sí, Rodolfo está con él, ha ido con las primeras luces del amanecer para dormir un poco. Un terrible ataque de tos sacude a Mimi. Antes de que Marcel pueda impedirlo, Rodolfo se le acerca y le dice la verdad, que Mimi escucha oculta detrás de un árbol: la razón de su huida no fueron los celos, que simuló ante el amigo y ante Mimi, sino su mortal enfermedad; Rodolfo no puede verla sufrir, pues le faltan los medios para auxiliarla. Mimi debe alejarse si quiere salvarse, debe irse de la helada buhardilla, debe alejarse de la miseria. Encontraría una vida mejor si abandonara a Rodolfo. Un nuevo ataque de tos revela la presencia de Mimi. Lleno de amor, Rodolfo la rodea con sus brazos. El canto y la orquesta fluyen con ternura y dolor. No, no pueden separarse, no en medio del terrible invierno, en el que todas las cosas se estrechan. No en aquel momento. Tal vez en primavera, pero ninguno de los dos lo cree. Marcel sale corriendo en cuanto oye la coqueta voz de Musette en la posada. Un magnífico cuarteto corona el acto: lleno de tiernas melodías para Rodolfo y Mimi, y con el ingenioso contrapunto de la pareja que discute violentamente al fondo y que cruza los insultos más increíbles.
Dirigia
El último cuadro nos lleva otra vez a la buhardilla. Rodolfo y Marcel intentan inútilmente trabajar. Recuerdan, en un dúo expresivo, a Mimi y a Musette, que rompieron con ellos hace mucho tiempo. ¿Cómo les irá a ambas en la galante vida de París? Los amigos suspiran. Llegan Schaunard y Collin, y de repente reaparece la antigua y despreocupada alegría. Los cuatro bohemios bailan, se baten en grotescos duelos, están locos de alegría. En el punto culminante del alboroto, se abre la puerta de golpe. Aparece Musette sin aliento, porque ha subido corriendo las escaleras. Anuncia a los amigos la llegada de Mimi, gravemente enferma. Preparan rápidamente la cama, Rodolfo corre a recibir a su amada. Mimi entra pálida y con todos los signos del sufrimiento; Rodolfo la conduce al lecho con cuidado. Musette cubre la lámpara para que la luz no moleste a la enferma. Marcel, conmovido, observa la bondad de su antigua amada. Collin decide empeñar su abrigo para ayudar a Mimi; Puccini hizo de esta «aria de despedida» a la prenda uno de los momentos más afortunados de la partitura, llena de rasgos finos, dolorosa melodía y cierta dosis de humor. Schaunard sale también, y Marcel abandona la casa, junto con Musette, para hacer diligencias y buscar un médico.
Los amantes están solos. Aparecen recuerdos (y la orquesta los lleva suavemente a la conciencia): fue allí, aquella noche de Navidad…, se había perdido la llave…, Rodolfo la encontró…, el primer contacto con la mano helada…, el primer beso. Melodías de antaño recorren la mísera buhardilla. Regresa Marcel; dice que pronto acudirá el médico. Musette lleva un manguito. Ya no tendrá las manos frías, dice Mimi sonriendo. Y Rodolfo estará siempre con ella. Qué tranquila se siente…, quisiera dormir…, dormir. Y con la melodía de las manos heladas, Mimi se duerme dulcemente y deja de existir.
y para ir deleitando el oido les dejo una version de L La Boheme – Pavarotti- “Che gelida manina” Fiamma Izzo d’ Amico “Si, mi chiamano Mimi” :-))
Y les dejo la espectacular cuasi pelicula, La Bohème interpretadas Anna Netrebko y Rolando Villazón en su mejor momento como uno de los duo liricos mas lindos de la opera!!
Fuente: Hagaselamusica & Wikipedia & Youtube