Tal vez nunca Rossini dio tantas muestras de inspiración como en El barbero de Sevilla. Su música es graciosa, melódicamente acertada, ágil e ingeniosa, y su elaboración desde el punto de vista técnico es insuperable. Se trata de una de las pocas comedias musicales puras. Muchas arias se han convertido en números de exhibición en el repertorio de los cantantes. Pocas veces se han escrito papeles más brillantes.
¿Por cuál comenzar? ¿Por el presumido Fígaro, que con su “Largo al factótum” provoca el delirio de los espectadores? ¿Por la encantadora Rosina, que debe unir la gracia y la coquetería a la destreza vocal? ¿Por Almaviva, cuyo canto lírico y cuya actuación fascinan a todos? ¿Por el ridículo Bartolo o por el intrigante Basilio, que pueden convertir sus papeles en piezas de exhibición de su género?
Rossini, con la gran facilidad que distingue su manera de componer, escribió esta ópera en menos de un mes (según el testimonio de algunos contemporáneos, en veinte días). El famoso cantante español Manuel García, que compartía en esa época con Rossini su modesta vivienda, al parecer le aconsejó, incluso le dio una melodía popular española que Rossini elaboró en la obertura (lamentablemente perdida). El entonces muy estimado compositor Giovanni Paisiello (1740-1816) había puesto música al mismo tema en 1782, con gran éxito, de manera que el educado Rossini le pidió primero autorización para una nueva puesta en música.
El barbero de Sevilla (título original en italiano, Il barbiere di Siviglia), que se estrenó con el título de Almaviva, o la inútil precaución debido a que Paisiello ya había presentado un Barbero de Sevilla unos años antes, es una ópera bufa en dos actos con música de Gioachino Rossini y libreto en italiano de Cesare Sterbini basado en la comedia del mismo nombre (1775) de la trilogía teatral de Beaumarchais (30 años antes, Mozart utilizó la segunda parte para la ópera Las bodas de Fígaro). La obra, que fue un encargo del empresario del teatro para el Carnaval de 1816, se estrenó el 20 de febrero de ese año en el Teatro Argentina de Roma. La parte del conde fue interpretada por el famoso tenor sevillano Manuel García que cobró el triple que Rossini.
La primera función resultó muy accidentada: Almaviva rompió una cuerda de su guitarra durante la serenata a Rosina, Basilio sufrió una caída en la que se fracturó la nariz, un gato negro cruzó el escenario, el empresario falleció y los partidarios de Paisiello sabotearon el estreno. A partir de la segunda representación la obra se convirtió en un gran éxito. En España se estrenó en 1818, en el Teatro de la Santa Cruz de Barcelona. El barbero de Sevilla sigue siendo una de las óperas más populares.
A partir de allí, la obra voló de ciudad en ciudad, por así decirlo. En Barcelona se representó en el Teatro de la Santa Creu en 1818, con una obertura compuesta por Ramón Carnicer, aunque el maestro español no tuvo ocasión de dar explicaciones al maestro italiano hasta que Rossini visitó Madrid, en 1831. También en Madrid se había disparado la moda de Rossini, del que llegaron a representarse, por ejemplo en la temporada de 1821-1822, hasta seis óperas distintas del maestro; El barbero de Sevilla se representó 23 veces durante la temporada mencionada. En 1825 llegó a Nueva York y Buenos Aires, ciudades en las que con esta obra se oyó por primera vez una ópera completa. No hay estadísticas seguras, pero es de suponer que no hay ninguna ópera que se haya representado más veces que El barbero de Sevilla.
Fuente: “Diccionario de la ópera” de Kurt Pahlen