La soprano británica Patricia Racette no podía haber tenido un estreno más exitoso en la English National Opera que como protagonista de “Katya Kabanova”, ópera en torno a la opresión social y la represión sexual del compositor checo Leos Janácek (1854-1928). Dotada de una voz excelente cuyo registro medio se adecúa perfectamente a las melodías habladas de la música de Janacek y enlaza muy bien con los tonos más altos, Racette encarna con sensibilidad a esa mujer casada, víctima de una sociedad asfixiante y atrapada en un matrimonio en el que el deber conyugal debe suplir al ausente amor.
Una mujer que sucumbe a la tentación y tiene un breve “affaire” con un joven vecino y que, víctima del remordimiento, se ve empujada al suicidio por culpa de un marido totalmente dominado por su madre, tan opresora como la sociedad de la que forma parte.
El libreto, del propio Janácek, se basa en “La Tormenta”, drama del ruso Alexander Ostrovsky, que constituye un dramático estudio de la moral sexual en una comunidad cerrada y opresora en la Rusia de mediados del siglo XIX.
Se sabe que Janácek escribió la obra inspirado por una mujer, Kamila Stösslova, que estaba casada con un marchante de antigüedades del imperio austrohúngaro.
Su amor por Stösslova le inspiraría, no sólo “Katya Kabanova”, sino también otras óperas como “El caso Makropoulos” o “La zorrita astuta”, una gran misa coral y dos cuartetos para cuerda.
Janacek presenta a Katya sobre todo como la frágil víctima de una sociedad insensible, de igual modo que puso algo de calor humano en el corazón helado de Elina Makropoulos, su otra heroína más famosa.
El compositor, que había perdido a los dos hijos que había tenido de su matrimonio, se construyó un mundo totalmente imaginario y llegó a considerar “Katya Kabanova” como el fruto- el hijo- de su amor por Kamila Stösslova.
En esta nueva producción, que podrá verse hasta el 27 de marzo, David Alden ha querido poner de relieve sobre todo el aislamiento de la protagonista, hábilmente sugerido mediante la distancia espacial que crea en el escenario.
Los decorados de Charles Edwards, minimalistas, son de una estética claramente expresionista: una gran pared en diagonal, que representa alternativamente el interior y el exterior de una casa y sobre la que se proyectan las sombras de los personajes, y una especie de cuadro abstracto al fondo, que simula las aguas heladas del Volga.
En la escena de la tormenta, la semiderruida iglesia en la que tratan de refugiarse los personajes se convierte en una especie de gran cartel modernista con una imagen del diablo y la palabra “Maldición” en caracteres cirílicos y que termina desplomándose como la protagonista.
En esa escena final, Katya camina sobre el borde del escenario como si éste fuera el borde del abismo, tiene un último encuentro con Boris y corre hacia el fondo de la escena para arrojarse de un salto a la corriente del Volga, la única “salvación” que le queda.
Al margen de Racette, de lejos la estrella absoluta de la función, habría que destacar al tenor Stuart Skelton, que encarna al joven Boris Grigoryevich, y sobre todo a la pareja de jóvenes amantes que forman el tenor Alfie Boe, en el papel del maestro Vanya Kudriash, y la mezzo Anna Grevelius, como Varvara.
Al frente de la orquesta, Mark Wigglesworth está atento a cada mínimo detalle de la partitura de Janacek, una música caracterizada por una expresividad típicamente centroeuropea, que le acerca en algún momento al mundo de Alban Berg y que contrasta en muchos otros pasajes con un lirismo de ecos casi puccinianos.
Joaquín Rábago
Fuente: EFE 2010