En nuestros ultimos encuentros hemos compartido de muy ricos debates sobre los excesos y “malabarismos” vocales y teatrales con los cuales nos deleita Anna Netrebko y Rolando Villazon en sus presentaciones, y buceando por espesuras de internet encontre diferentes comentarios y reseñas que quiero compartir con ustedes que nos ayudaran a clarificar o avivar el fuego del debate
Si nos remontamos años atras, dos momentos históricos de la Opera recogidos en sendas grabaciones son objeto del deseo de innumerables aficionados y -dicho sea de paso- de todos los viudos de Callas.
Estos magnificos momentums, ejemplifican perfectamente la emoción y la excitación que pueden provocar en la audiencia el dominio de la técnica vocal y el conocimiento del medio teatral por parte de los intérpretes.
Sin embargo, los puristas tachan estos hechos y otros similares de puro funambulismo, de número de circo totalmente alejado de lo que es el verdadero arte belcantista; en definitiva son considerados como alardes de fuerza innecesarios, aunque me atrevería a dudar si inútiles.
Los intérpretes, por su parte, cuando se ponen en el papel de artistas serios, parecen abogar por el estricto respeto a los deseos del compositor y siempre defienden en las entrevistas que lo primero es la música, que ante todo está la partitura y que ellos son humildes servidores del autor.
Siguiendo con los dos ejemplos citados, la mismísima Callas que hizo lo que hizo en México nunca se cansaba de decir que el respeto a la partitura lo es todo y que estudiándola a fondo hasta podía conocer los movimientos que debía realizar en escena. Además, en la memoria de todos están los “divinos” berrinches con otros cantantes (Baum, del Mónaco, Cossotto) que, según la soprano, no respetaban lo que había en la partitura y -entre nosotros- la dejaban a ella fuera de juego. Por otro lado, nuestra admirada Caballé nunca deja de manifestar su respeto por el compositor y su música, como si de una Adriana Lecouvreur se tratase (“io sono l’umile ancella del genio creatore”).
Según lo expuesto, o bien los cantantes sufren de amnesia pasajera o bien son -aunque les pese a algunos de ellos- humanos y no pueden resistirse a la tentación de aprovechar las ocasiones que su técnica y el destino les deparan para lucir todo lo que pueden hacer. El intérprete además de cantar bien desea quedar bien ante su público y sorprenderlo gratamente. Y ésta es una “debilidad” no sólo comprendida sino también anhelada por la gran mayoría de aficionados. Es verdad que las grabaciones o los recitales son el vehículo más apropiado para el lucimiento personal, pero sin duda un golpe de efecto dramático como un buen agudo, un pianissimo o un calderón colocados con gusto en el momento oportuno hacen milagros: pueden convertir en histórica una representación operística que quizás no pasaría de memorable.
De hecho, efectos vocales aceptados por todos con total naturalidad en nuestros días se han perpetuado en la partitura a fuerza de tradición. A pesar de no haber sido concebidos por el autor en su momento, los intérpretes han ido introduciéndolos a lo largo del tiempo para lucimiento propio y deleite del público. Debemos tener en cuenta, además, que si permanecen en la memoria colectiva de todos como algo normal y esperado, es gracias a su efectividad dramática, su buen gusto o su calidad musical, hasta el punto que si ahora no se cantan el efecto es decepcionante. No hay más que recordar lo extraña que resulta “La donna è mobile” sin el agudo final -por mencionar un ejemplo famoso de las “fieles” ocurrencias de algún director- o lo anodina y falta de emoción que es, a mi parecer, la escrupulosa grabación de Lucia di Lammermmoor con Caballé y Carreras bajo la batuta de López Cobos.
En definitiva, opino que un poco de “malabarismos” vocales no vienen mal en un teatro, siempre que no se abuse de ellos y se desdibuje el concepto que tenía en mente el autor. A fin de cuentas, la ópera tiene mucho de espectáculo desde sus inicios y -no nos engañemos- el público va a emocionarse con la historia, la música, la belleza de la voz y -si los directores de escena lo permiten- la producción; pero también va porque le gusta sentir cómo los cantantes vencen el riesgo.
Por otra parte, esto se puede aplicar a otros ámbitos teatrales (danza, teatro hablado): Nadie puede negar que el aficionado que acude a ver Giselle se emociona y excita cuando la prima ballerina cruza en diagonal el escenario clavando en el suelo la punta de un sólo pie en una sucesión de arabescos imposibles. Si somos sinceros, todos los aficionados reconoceremos que siempre hemos aguantado la respiración cuando Lucia empieza su escena de la locura o cuando Tonio da los nueve dos de pecho; nos recorre el cuerpo un escalofrío cuando Turandot y Calaf van ascendiendo por el pentagrama al final de su primer encuentro (“gli enigmi sono tre, la morte è una”). En ningún momento deseamos que nuestra Giselle se tronce un tobillo o que Tonio se quede sin voz o se le escape una flema a Lucia, pero lo que nos estremece es el riesgo, el “peligro” que acompaña al momento y la elegancia con que nuestros héroes lo superan. Esto es algo inherente a todo espectáculo y si además el artista da muestra de su bravura, su talento o su técnica -llamémosle como queramos- mucho mejor para todos. Seguro que entonces saldremos de la sala con la satisfacción de haber vivido un momento no sólo agradable sino también histórico.
Bueno, como decimos en nuestras tertulias digitales: mas leña al fuego para mantener caliente el debate.
Y ustedes que opinan?
PD: Agradecemos el articulo online de Juan K (Cherubino)!!