Y es que desde tiempos de Bellini, el papel de Romeo lo ha interpretado tradicionalmente una mezzo aunque haya alguna excepción notable como la dirigida en la Scala de Milán en 1966 por Claudio Abbado con el tenor Jaime Aragall en ese rol frente a Renata Scotto.
En la reposición londinense, que se llevo a cabo este 2010, Netrebko y Garanca forman un dúo perfectamente compenetrado y de una belleza vocal que quita el aliento.
Garanca domina totalmente el escenario en cuanto aparece: no sólo es su voz de una flexibilidad y expresividad extraordinarias y es capaz de subir sin esfuerzo aparente a las notas más altas, sino que da credibilidad total al personaje de Romeo que interpreta.
No menos expresiva es la Netrebko, intérprete dotada de una voz de gran suavidad y belleza, de gran riqueza tímbrica y de una precisión y sutileza que causan general admiración.
No es de extrañar que el tenor argentino Dario Schmunck palidezca frente a ambas en el papel de Tebaldo.
Algo más convincentes que Schmunck resultan, sin embargo, el barítono norteamericano Eric Owens como Capellio y el bajo italiano Giovanni Battista Parodi, en el papel de Lorenzo.
No importa que la dirección y la escenografía originales de Pier Luigi Pizzi, un obseso de las columnas a juzgar por los decorados, queden más bien anticuados.
Todo se perdona por la música, y Mark Elder da muestras de una gran sensibilidad al frente de la orquesta de la Royal Opera House, siempre atento al necesario equilibrio entre el foso y el escenario y sobre todo al acompañamiento, incluso con mimo, de las dos voces principales.
La ópera de Bellini contiene pasajes musicales bellísimos, melodías de un gran lirismo y arias y duetos que han hecho las delicias de las más destacadas sopranos y mezzos como Marilyn Horne, Janet Barker, Vesselina Kasarova, la citada Baltsa, en el papel de Romeo, o Gruberova, Eva Mei, Margherita Rinaldi como otras tantas Julietas.
Menos popular que otras obras del mismo compositor como “Norma” o “I Puritani”, “I Capuletti e I Montecchi”, ha dejado huellas permanentes en el vocabulario del romanticismo musical.
Estrenada en 1930, la descubrió por casualidad Hector Berlioz al año siguiente en Florencia, en uno de cuyos teatros se estaba representando.
El compositor francés, que había oído elogiarla en el restaurante en el que cenaba, fue a verla y sintió una gran decepción al ver que el libreto no contenía prácticamente nada de Shakespeare.
Ni la escena del balcón, ni el baile de los Capuletos, ni el personaje de Mercutio, ni el soliloquio de Julieta: “No hay nada de Shakespeare”, se quejó.
El libretista, Felice Romani, se basó en realidad en el cuento del narrador italiano del Renacimiento Matteo Bandello, en el que se inspiraría también el bardo inglés para su tragedia, y redujo los personajes y la acción a su mínima expresión.
La simplificación de la trama permite a Bellini concentrarse en los personajes principales y, sobre todo en su segundo acto, el más logrado, responder con gran sutileza musical a la progresión del drama, combinando magistralmente arias y recitativos.
Como ha señalado el musicólogo británico Martin Desay, Bellini rechaza las tendencias melodramáticas de otras óperas románticas contemporáneas y en lugar de recurrir a su gesticulación orquestal hiperbólica acompaña a las voces de los cantantes con una frugalidad musical desconocida hasta entonces.
Fuente: hLm!.Noticias – EFE